MEDO À DEMOCRACIA




Artigo de Caroline B. Glick em Libertad Digital



Occidente permanece despreocupado mientras sus cimientos están siendo minados bajo sus pies. El pasado mes de abril, el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas asestaba un golpe mortal a la libertad de expresión. Por 32 votos a favor y ninguno en contra el Consejo ordenaba a su "experto en libertad de expresión" que informase de todos los casos en los que los individuos "abusan" de su derecho a la libertad de expresión expresando prejuicios religiosos o raciales.

La medida fue propuesta por dos abanderados de la libertad, Egipto y Pakistán. Fue apoyada por todos los países árabes, musulmanes y africanos (modelos también de libertad, tanto juntos como por separado). Los estados europeos se abstuvieron. Estados Unidos, que no es miembro del Consejos de Derechos Humanos, intentó contrarrestar la medida. En un discurso ante el Consejo, el embajador norteamericano ante la ONU en Ginebra, Warren Tichenor, advertía que el propósito de la resolución era socavar la libertad de expresión porque "impone restricciones a los individuos en lugar de enfatizar el deber y la responsabilidad de los gobiernos de garantizar, respaldar, promover y proteger los derechos humanos".

Al pretender criminalizar el libre discurso, la resolución viola abiertamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, cuyo artículo 19 afirma explícitamente que " Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión". La decisión de los europeos de abstenerse en lugar de oponerse a la medida parece, a primera vista, bastante sorprendente. Teniendo en cuenta que los estados miembros de la Unión Europea se encuentran entre los defensores más entusiastas de Naciones Unidas, lo normal en un caso habría sido oponerse a una resolución que socava el documento fundacional de la ONU y además uno de los pilares más básicos de la civilización occidental.
Pero una vez más, si tenemos en cuenta las posturas de la Unión Europea en los últimos años en contra de la libertad de expresión, en realidad no hay nada de lo que sorprenderse. La cesión actual por parte de los europeos al gangsterismo intelectual se encuentra por ejemplo en su respuesta a la difusión en internet de la película del parlamentario holandés Geert Wilders, Fitna.

La Unión Europea ha llegado a extremos insospechados para atacar a Wilders por atreverse a ejercer su derecho a la libertad de expresión. La Presidencia de la Unión emitió una declaración de condena a la película por "alimentar el odio". El primer ministro holandés Jan Peter Balkenende difundió un comunicado en el que se afirmaba que la película "no sirve a otro propósito que ofender". También el secretario general de Naciones Unidas Ban Ki-moon atacaba la película por "ofensivamente anti islámica".

Estas declaraciones acompañan la pretensión de la Unión Europea de restringir la libertad de expresión tras la publicación en 2005 de las viñetas de Mahoma en el periódico danés Jyllands Posten. También encajan en el contexto de la censura sistemática a los intelectuales anti-yihadistas por todo el continente. Estos intelectuales, como Peter Redeker en Francia o Paul Cliteur en Holanda, son amenazados por yihadistas europeos con el objeto de ser silenciados. Y los gobiernos de Europa o bien no hacen nada por defender a los pensadores amenazados o justifican a los chantajistas intelectuales simpatizando con su rabia.

Es axiomático que la libertad de expresión es el pilar fundamental de la libertad humana y el progreso. Cuando a la gente no se le permite expresarse con libertad, no puede tener lugar ningún debate o investigación. Es sólo gracias a esta libertad que la humanidad ha progresado desde la Edad Media hasta la Era Digital. Este es el motivo de que el primer acto de cualquier futuro tirano consista en hacerse con el control del mercado de las ideas. Pero hoy, las naciones de Europa y de gran parte del mundo occidental permanecen de brazos cruzados y no hacen nada por defender esa libertad, o colaboran con esos estados islámicos tiránicos y con terroristas censurando el debate y acallando a la disidencia. Existen dos razones que explican esto.

En primer lugar, la izquierda política, que gobierna sin rival la burocracia de la Unión Europea así como la mayor parte de los centros intelectuales del mundo libre, ha demostrado a través de sus acciones que no tiene ningún compromiso real con los valores democráticos. En lugar de apoyarlos, la izquierda adopta cada vez más la palabrería de la democracia de manera cínica con el objetivo de socavar el libre discurso en la esfera pública en nombre de "la democracia". En un artículo a propósito de la indignación izquierdista contra la película de Wilders en Europa, Henryk Broder observaba en el semanario alemán Der Spiegel que, casi sin excepción, los medios europeos han condenado a Wilders como "populista de derechas". Como observa Broder, a primera vista esta afirmación es absurda, dado que Wilders es un progresista radical.

En Fitna, este polémico diputado demuestra cómo los versos del Corán son utilizados por parte de los yihadistas para justificar los actos más repugnantes de asesinato en masa y odio. Su película superpone versos del Corán que instan al asesinato de los no musulmanes a escenas reales de carnicerías yihadistas. También intercala versos del Corán que fomentan el odio contra los judíos a grabaciones de clérigos islámicos que los repiten, y a una niña de 3 años que dice que en sus clases de Corán aprendió que los judíos son una mezcla de cerdos y monos. Fitna cierra con un desafío a los musulmanes para que purguen su sistema de creencias de estas premisas religiosas odiosas y criminales. Aunque discutible, pero no necesariamente incendiaria, la película de Wilders sirve de interpelación a Europa y al mundo islámico para celebrar un debate abierto. Además, el filme invita a su audiencia, tanto de musulmanes como de no musulmanes, a pensar y debatir si el islam respeta o no las nociones de libertad humana y qué se puede hacer para impedir que los yihadistas exploten el Corán para justificar sus actos de asesinato, tiranía y odio.

Como observa Broder, al tildar a Wilders de "populista de derechas", la izquierda pretende censurarlos tanto a él como su llamamiento al debate público. El mensaje subyacente del sambenito es que Wilders se encuentra de alguna manera al margen de la gente educada y que por tanto su mensaje debe ser ignorado por todas las personas cabales. Si usted no quiere verse aislado intelectualmente y condenado al ostracismo social, entonces no debe ver su película bajo ningún concepto ni tomarla en serio. Hacerlo sería un acto de "populismo de derechas", y todo el mundo sabe lo que significa eso. Al igual que todos los movimientos antidemocráticos, la izquierda política de hoy en día pretende silenciar el debate y de esa manera socavar la democracia, primero demonizando a cualquiera que no esté de acuerdo con ella, y a continuación aprobando leyes que criminalizan la expresión o que ponen límites al derecho de la gente a decidir cómo quiere vivir.

En la Unión Europea, el Tratado de Lisboa resucitó por la vía de los hechos burocráticos la Constitución rechazada por los electores de Francia y Holanda y que iba a ser desdeñada también por los británicos. En Gran Bretaña, el Parlamento ha trabajado durante años por aprobar una ley que criminaliza el insulto al islam. Una de las primeras acciones que tomó el Gobierno de Gordon Brown tras tomar posesión el pasado verano fue prohibir a sus miembros hablar de "terrorismo islámico".

Al igual que en Europa, también en Israel la izquierda llega a extremos insospechados para acabar con la democracia usando su nombre en vano. Por poner un ejemplo, también el pasado mes de abril el profesor izquierdista de Derecho Mordechai Kremnitzer advertiría al Parlamento en contra de aprobar una ley que permita someter a referéndum cualquier futura partición de Jerusalén o entrega de los Altos del Golán. En opinión de Kremnitzer, "Si el veredicto de un referéndum está determinado por una mayoría pequeña que incluye electores árabes, entonces es probable que un sector determinado cuya opinión no sea aceptada intente rechazar la legitimidad del referéndum y luche contra él con violencia".

Este "sector determinado" al que se refiere Kremnitzer es por supuesto el de los judíos que en su mayoría se oponen a la partición de Jerusalén y a la entrega de los Altos del Golán. El argumento de Kremnitzer es tan ridículo como interesado. Es ridículo porque sabe que en el 2004 los miembros del Likud celebraron un referéndum sobre la retirada de Gaza y del norte de Samaria proyectada por el Gobierno. El entonces primer ministro Ariel Sharon prometía respetar los resultados de la votación de su partido. Pero cuando el 65% de los miembros del Likud rechazó su plan, él los ignoró. La reacción de la población, aunque contundente, fue completamente pacífica.

El único sector que utilizó de manera constante la fuerza y la intimidación en los días previos a la retirada de Gaza y de Samaria fue el Gobierno. Desplegó a decenas de miles de policías para irrumpir en las protestas e impedir a los manifestantes viajar a las concentraciones convocadas legalmente. Además, algunos manifestantes permanecieron detenidos durante eses sin audiencia judicial. En sus acciones obviamente antidemocráticas y legalmente dudosas, el Gobierno fue escrupulosamente defendido por Kremnitzer y sus colegas, quienes o bien no hicieron nada mientras las libertades civiles de los manifestantes eran pisoteadas, o defendieron con entusiasmo el abandono de los valores democráticos por parte del Gobierno declarando "antidemocráticos" a los manifestantes. De hecho, en su discurso Kremnitzer reproducía al pie de la letra ese argumento afirmando que los referendos "son una receta para perjudicar la democracia".

Al margen de ser teórica y factualmente erróneo, el argumento de Kremnitzer, del mismo modo que los de la burocracia de la Unión Europea, que marginó a la ciudadanía europea aprobando el Tratado de Lisboa, es evidentemente interesado. Al igual que sus colegas de la Unión Europea, es completamente consciente de que su apoyo a una rendición israelí en Jerusalén y los Altos del Golán constituye una opinión marginal. De manera que su preocupación real no es la salud de la democracia israelí, sino el poder de la izquierda política para determinar la política en contra de los intereses y los deseos de la opinión pública.

La segunda razón de la complacencia de la izquierda con la censura es que sus miembros están exactamente igual de preocupados por la amenaza de la supremacía islámica como sus detractores políticos, pero al contrario que estos, la izquierda es demasiado cobarde para hacer algo. Esto quedó demostrado tras la difusión de la película de Wilders. Esa semana, una delegación de líderes religiosos cristianos y musulmanes holandeses viajó a El Cairo para hablar con líderes islámicos religiosos. En declaraciones a Radio Netherlands, Bas Plaisier, que encabeza la iglesia protestante holandesa, afirmaba que la misión del grupo es "limitar las posibles consecuencias" de la película de Wilders. Se refiere, por supuesto, a la posibilidad de disturbios musulmanes violentos y ataques contra los cristianos y los holandeses en todo el mundo. Radio Netherlands informaba de que Plaisier "ha estado recibiendo informes preocupantes procedentes de ciudadanos holandeses de todo el mundo, incluyendo algunos temerosos de las repercusiones de la película entre los cristianos de Sudán, Oriente Medio e Indonesia".

De manera que el verdadero motivo de que la iglesia protestante holandesa condene la película no es que crea que Wilders se equivoca, porque sus líderes están seguros de que el político acierta de lleno. Es simplemente que al contrario que Wilders, que ha puesto en peligro su vida para expresar su opinión, la iglesia protestante holandesa es demasiado cobarde para defenderse, y por eso sus máximos dignatarios viajan a El Cairo a rendir pleitesía a los líderes religiosos que a diario supervisan los sermones de odio y supremacía islámica en las mezquitas egipcias. Siguen arrodillándose ante aquellos que han institucionalizado la persecución religiosa de la minoría cristiana Copta en Egipto y que censuran a los críticos liberales del régimen de Mubarak y de los Hermanos Musulmanes.
Y aquí se halla la clave del asunto. Al zanjar el debate por las buenas (a fuerza de difamar a sus detractores no-izquierdistas y por miedo a los yihadistas y los regímenes que los sustentan) Occidente en conjunto mina no solamente sus propios valores y creencias fundacionales. También socava a los no yihadistas del mundo islámico, que si alguna vez tuvieran una oportunidad, trabajarían para promover una forma de islam que no responda al desafío con violencia, sino con el discurso de la razón y el respeto mutuo a las diferencias de opinión.

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