SÓLO ISRAEL


En tres minutos y treinta y seis segundos, la aviación israelí aniquiló la práctica totalidad de los cuarteles de Hamas en Gaza. Dio muerte a un número no menor de trescientos milicianos de uniforme. Eliminó a varios jefes militares enemigos. Sin apenas producir bajas civiles. En un espacio mínimo, como lo es la franja de Gaza, demográficamente atestado y en el cual la continuidad entre edificios civiles y militares es absoluta y el uso de la población como escudo humano práctica estable, la operación era de dificultad extrema. No hay en el mundo un ejército, que no sea el israelí, dispuesto a asumir los costes de una acción selectiva tan complicada. Cuando las fuerzas de la Unión Europea y de los Estados Unidos apostaron por intervenir militarmente en la antigua Yugoslavia, tomaron la solución más rápida, más económica y de mayor eficacia: aniquilar indiferenciadamente a la más alta cifra posible de población serbia. Sin distinciones. No hubo objetivos específicamente militares. De lo que se trataba era de forzar una reacción de pánico en la ciudadanía que llevara al derrocamiento del régimen de Belgrado. Cuanto más alta fuera la conciencia de indefensión de los habitantes de las ciudades y más infalible la certeza de ser blanco seguro de las bombas, más rápido sería el vuelco político. A los gobiernos europeos -sin excepción- les pareció estupendo. Tanto más, cuanto que el coste en combustible y proyectiles corría a cargo exclusivo de los americanos. Y ni un solo soldado de la Unión Europea iba a correr un átomo de riesgo. Beneficio puro. No hay humanitarismo que sobreviva a un tal sentido de lo rentable. Lo que hace diferente al ejército israelí de cualquier otro ejército del mundo es precisamente la primacía, en el cálculo de costes, de ciertos principios fundacionales del Estado de Israel: la neta distinción entre combatientes y no combatientes en el campo enemigo. Es su más alta fuerza moral. Y su debilidad más alta. Algo que sus enemigos han sabido -y es lógico que así sea- utilizar siempre. Los arsenales palestinos se almacenan en los sótanos de escuelas y hospitales. Los cuarteles de mando terroristas están instalados en bloques de viviendas saturados de habitantes. Los caudillos militares islamistas se desplazan rodeados de sus proles infantiles como de una inviolable garantía. Los bien armados milicianos que disparan contra el ejército israelí se pertrechan sistemáticamente tras los críos que lanzan épicas piedras contra los tanques. Es la lógica terrible de un conflicto desigual: el que enfrenta al ejército de uno de los países más democráticos del planeta con la guerrilla teocrática más refractaria, no ya a la democracia, a cualquier forma de sociedad moderna. En tres minutos y treinta y seis segundos, la aviación israelí aniquiló la práctica totalidad de los cuarteles de Hamas en Gaza, dio muerte a un número no menor de trescientos milicianos de uniforme, eliminó a varios jefes militares enemigos. ¿A alguien se le pasa por la cabeza cómo hubieran sido las cosas si Israel se hubiera planteado una estrategia similar a la europea en Yugoslavia?


GABRIEL ALBIAC


[Fonte: "La Razón", 31/12/2008]

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