EL NUEVO ANTISEMITISMO

Muchos intelectuales, en Europa y en América, están avisando con tiempo, pero hasta ahora nadie parece percatarse del horror que puede venírsenos encima.Ya no es tan sólo Rodríguez Zapatero quien se fotografía con un símbolo terrorista, sino Benedicto XVI, el mismo que rezó en una mezquita y agitó sonriente una banderita turca; no son únicamente regímenes totalitarios los que abogan por la destrucción de Europa o de parte de ella, sino que la misma ONU, tomada por dictadores, quiere darnos lecciones de quién es racista o quién está amenazado en verdad… En el trasfondo, esa pavorosa “alianza de civilizaciones”, a la cual se suma el intento de Barack Obama de ser Papá Noel, y la voluntad de los grandes medios de comunicación, unidos a la progresía, de asegurar al mundo que otra vez son los judíos los culpables de todo.

Gran parte de la izquierda debería plantearse por qué considera progresista hoy lo que hasta hace pocos años era un estigma neonazi (el odio y el ataque al Estado de Israel). Y también debería reflexionar en el porqué de su inquina contra todo aquello que incomoda a los regímenes islámicos. Las consignas de los movimientos alternativos y antiglobalización están preparando el camino de una persecución contra lo judío que en algunos lugares ya ha comenzado. Y que no le engañen. Los antisemitas de hoy sienten por el pueblo palestino el mismo amor que por cualquier otro. Ahora bien, lo básico es culpabilizar a los judíos, sean sus oponentes árabes, chinos o mayas. Si no fuera así, ¿por qué no añaden a su rabia contra Israel una furia desatada contra China (por el Tíbet), contra Argelia (por la Cabilia), contra Rusia (por Georgia), contra Turquía (por Chipre)… y tantos otros conflictos en el mundo? Muy sencillo: en esos territorios, los judíos no pueden ser estigmatizados, atacados y vejados.

Göbbels se sentiría orgulloso. Y los últimos reductos de aquella ideología nunca habrían pensado confraternizar con sus eternos oponentes: ese espectro de la izquierda boba, de la extrema izquierda y del comunismo empeñados en salvar siempre a algún pueblo de las temibles fauces americano-sionistas. Con el comienzo del siglo XXI se observa, tal y como ha analizado magistralmente Alexandre del Valle, que un cuasi inexistente fascismo, la vieja guardia roja y el movimiento alternativo se dan la mano en la que pretenden lucha definitiva contra el mal del planeta: el pueblo judío y, en concreto, el Estado de Israel.

El furioso antisemitismo de los siglos XIX y XX se ha infiltrado en quienes, en principio, habrían de sentirse atraídos por el socialismo israelí, por los kibbutzim sionistas, por los logros conseguidos, desde la nada, por un país al que todos auguraban pocas décadas de vida. Es más: el antisemitismo no sólo se ha gangrenado en esas capas de izquierda, sino que el altermundismo ha hecho del odio a lo israelí el motor de su existencia. Adultos y jóvenes que en su vida han visto a un judío (y menos en España) lo desprecian desde lo más profundo de sí mismos. Y esto no es posicionamiento político, sino judeofobia, es decir, antisemitismo bajo los adornos de un antisionismo bien visto y que vende solidaridad.

Durante la Segunda Guerra Mundial, las naciones de Europa asistieron calladas al robo, la deportación y el exterminio de seis millones de compatriotas debido a su tradición religiosa. En el momento en que Gene Kelly y Frank Sinatra rodaban Levando anclas al otro lado del Atlántico, eran gaseados centenares de miles de europeos. La comparación aterra, y aterra aún más leer los testimonios, como el escalofriante Diario de Hélène Berr, que debería ser lectura obligada en institutos.

Los movimientos alternativos y “antisionistas” (en verdad, antisemitas), el islamo-nazismo y los pseudointelectuales que les siguen el juego, parecen deseosos de perpetrar un nuevo holocausto, de condenar al judío a la ignominia, primero; y después a la muerte. No confíe en lo de “contra los judíos no tenemos nada, sólo contra Israel”. Mienten. Y si no se lo cree, míreles las caras. Si acaban con Israel, le habrá llegado el turno a Europa.


JOSEP CARLES LAÍNEZ

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