JUEGOS DIPLOMÁTICOS

Cuando George W. Bush llegó a la Casa Blanca asumió que el proceso de paz seguido por su predecesor, y que tuvo su gran momento en el encuentro de Camp David, estaba muerto. Tras un silencio diplomático que levantó críticas desde todos los frentes, la nueva Administración ideó, a partir de la experiencia de los años Clinton, una nueva iniciativa: el Road Map. Se trataba de rehuir una negociación global estabilizando el proceso mediante tres fases en las que cada parte asumía unos determinados retos. El Road Map apenas si llegó a nacer por dos razones bien conocidas, la decrepitud vital y política de Arafat y la crisis interna del campo palestino, ante la emergencia de los islamistas de Hamas como actor de referencia y la división interna de los nacionalistas de Fatah. Hoy Israel no tiene un interlocutor con quien negociar.

Sharon, entonces primer ministro del Likud, abandonó la paz negociada y se dispuso a una retirada ordenada y unilateral de parte de los territorios ocupados tras la Guerra del Yom Kippur. Netanyahu lideró la resistencia a la retirada de Gaza con el argumento de que daría paso a un Hamastán y a una nueva guerra. Sharon abandonó el Likud, su partido de siempre, y fundó Kadima. El tiempo les dio la razón. Netanyahu acertó cuando afirmó que sin las tropas israelíes la franja de Gaza se convertiría en un estado islámico desde donde se combatiría tanto a Fatah como al propio Israel. Sharón acertó al iniciar un proceso de "desenganche" unilateral, porque Israel no puede esperar a tener un interlocutor para separarse de la población palestina.

El presidente Obama no ha dejado de criticar a su predecesor al tiempo que continúa aplicando su misma política en Irak, Irán, Afganistán, Corea del Norte y Palestina. Reivindicar el Road Map a estas alturas es absurdo. Esa estrategia de negociación se ideó en un contexto político que ya no existe. Negar la realidad no suele ser la mejor receta para resolver los problemas y enfrentarse al embrollo de Oriente Medio con las recetas que previamente se han criticado es patético.

El hecho determinante de la presente situación es la quiebra del campo palestino en dos frentes: el nacionalista y el islamista. Hemos visto como unos asesinan a los otros. Durante la campaña militar de Gaza la inteligencia militar israelí se benefició de la colaboración de muchos palestinos –unos próximos a Fatah, otros no–, que deseaban que se infligiera un serio castigo a las milicias islamistas. Los objetivos de unos son incompatibles con los de los otros. Pueden aparentar en determinados momentos disposición al diálogo y al entendimiento, pero todos somos conscientes de que cada bloque considera inevitable la eliminación del contrario para sacar a delante su proyecto nacional.

Obama ha renunciado a trasformar Oriente Medio y se conforma con tratar de mantener el status quo. Para ello busca en primer lugar cambiar la imagen de Estados Unidos en la región. En su discurso en El Cairo se presentó como un dirigente que no quería intervenir en los asuntos regionales, que respetaba los regímenes políticos existentes, por corruptos y radicales que fueran, y que deseaba sacar a sus tropas de allí lo antes posible. En prueba de su buena voluntad sacrificó en su presencia al cordero israelí, exigiendo al Gobierno de Jerusalén el fin de la expansión de los asentamientos existentes y el reconocimiento del derecho palestino a disponer de un estado. No estamos ante un gesto de la política norteamericana hacia Israel sino de la utilización de Israel dentro de la política hacia el Mundo Árabe.

La construcción de asentamientos en Gaza y Cisjordania fue uno de los mayores errores que Israel ha cometido en toda su historia. Tras la llegada al Jordán en 1967 debía haber establecido una nueva frontera. Para entonces la de 1948 estaba superada. La "línea verde", reconocida hoy por los árabes como frontera legal de Israel, es sólo el resultado del armisticio que puso fin a la primera guerra, en 1949. La famosa resolución 242 del Consejo de Seguridad, que establece el principio de "paz por territorios", deja abierta a un acuerdo posterior la frontera final, que sí implicaría la devolución de territorios ocupados. Si la negociación es imposible, y hoy por hoy lo es, Israel debe avanzar en su política de "desenganche", estableciendo qué asentamientos se incorporarán definitivamente a Israel y cuáles están destinados a seguir el mismo destino que los de Gaza. Anteriores administraciones norteamericanas habían tratado este tema en el marco de un proceso de concesiones: al tiempo que se rebajaba la tensión terrorista los israelíes frenaban el crecimiento y la expansión de los asentamientos. Ese juego ya es inviable. Gaza está en paz no por la buena voluntad de Hamás o de la ficticia Autoridad Palestina sino por la reciente invasión israelí, cuyos efectos durarán sólo un tiempo. El que Obama pida a Israel algo más que a los palestinos ayuda a entender porqué los sondeos muestran que la mayoría de los israelíes considera que Obama está más preocupado por entenderse con los árabes que en ayudar a Israel.

La demanda de reconocimiento de un estado palestino es un ejercicio de diplomacia retórica muy propio de un especialista en marketing político como Obama. Hoy es imposible un estado palestino porque daría paso a una guerra civil entre árabes nacionalistas e islamistas, con una más que probable victoria de estos últimos si una acción conjunta jordano-egipcia no lo impidiera. Pero además todo el mundo sabe que Israel está a favor de ese hipotético estado si se dieran las condiciones para crearlo. Si Netanyahu no lo aceptaba era por dos razones fáciles de comprender: porque no es viable y porque los árabes se niegan a reconocer a Israel como estado judío. A nadie se le escapa que muchos aspiran a reconquistar los territorios sobre los que se asienta Israel a través de la bomba demográfica.

Netanyahu ha cedido en parte a la presión de Washington con su discurso del pasado domingo. En realidad nada ha cambiado, porque Bibi no ha hecho sino sumarse a este juego retórico iniciado por Obama de construir castillos en las nubes ignorando la ley de la gravedad. Todo sigue igual, salvo el convencimiento de que Obama supone un peligro para Israel. El nuevo presidente norteamericano no ha sido capaz de aportar una nueva política, se ha limitado a tratar de mantener en pié la difunta estrategia del denostado Bush y a mostrar disposición a ceder ante los estados musulmanes para encontrar una salida diplomática a un conjunto de problemas, el más importante de los cuales es Irán. La tentación "pacificadora" está sobre la mesa, pero a la vista está su inutilidad. No debería olvidar el nuevo presidente que fue la debilidad de Carter la que llevó a la crisis de los rehenes, prólogo de un enfrentamiento que no parece tener fin.


FLORENTINO PORTERO

Fonte: Libertad Digital

0 comentarios: