LA PODOCRACIA ÁRABE

Cuando Hamás ganó las elecciones en Gaza (25-1-06) se habló de «tsnumani político». Israel pasaba a vivir con «Ben Laden a unas cuadras» y la paz se hacía imposible.

Lo cierto es esa victoria señaló simplemente que los representantes del odio habían sido previsiblemente reemplazados. Durante el tiempo en que la OLP de Arafat perpetuó la guerra implacable para destruir el Estado judío, el impulso destructor se canalizaba por esa organización. A partir de la muerte del cabecilla (11-11-04), su sucesor Mahmud Abbas se presentó como iniciador de un proceso pacificador. Por ello la proclividad palestina a la violencia requirió de un cauce más fulminante, y Hamás lo proveyó.

Ello es así, porque los palestinos seguían viviendo en una sociedad opresiva, y en éstas el fanatismo requiere de una constante válvula de escape. Denominar a ese procedimiento «elecciones», es una de las torpezas de los medios occidentales. No hubo ni hay en Gaza democracia, como no la hay en Siria a pesar de sus «elecciones» con única lista, ni la habrá Irán a pesar de los comicios del 12 de junio.

Al respecto, los medios soslayan que para ser candidato en Irán no basta con ser musulmán: hay que abstenerse de criticar el sistema islamista. Sólo así se logra la aprobación del Consejo Guardián -los doce teócratas que designan a los candidatos permitidos. El Consejo –liderado por el sucesor de Jomeini, Alí Jamenei– bloquea todas las candidaturas femeninas y aprueba a alrededor del diez por ciento de los candidatos masculinos (este año, 476 de 3272). La prensa suele elevar a esa farsa al pedestal de "elección", y a algunos de los candidatos al estatus de "moderados".

Que en alguna sociedad se vote no la transforma en democrática, ya que puede votarse en un marco de temor y opresión. La democracia implica pluralidad de ideas y respeto a las minorías. Sólo así puede reconocerse la voluntad popular. Por medio del voto, tanto el emitido con las manos (por las urnas) como con los pies (por la acción). El comportamiento de la gente habla mucho más audiblemente que su pasivo sometimiento a las bravatas de sus impuestos líderes.

La podología (podo en griego es «pie») es la ciencia que estudia al pié; la podocracia es la verdadera voluntad de la gente, reflejada en sus pies y no en sus bocas –en sus actos y no en sus palabras. Así, resulta harto elocuente la revisión de la podocracia palestina.

Uno de sus líderes, Faisal Husseini (m. 2001) advertía que "adoptar ciudadanía israelí constituye una traición» que sería penada con la exclusión del Estado palestino. Airadamente, Husseini amenazó en la radio palestina que «a los árabes de Jerusalén que adopten la ciudadanía israelí, se les confiscarán sus hogares».

Los árabes hierosolimitanos aplaudieron enfervorizados, pero no se inmutaron, y siguieron solicitando (hasta hoy en día) ser israelíes.

Fadal Tahabub, miembro del consejo nacional palestino, estimó que el 70 por ciento de los 200.000 residentes árabes de Jerusalén prefieren la soberanía israelí a la árabe. Cuando a los palestinos se les da a elegir entre vivir «oprimidos bajo el enemigo sionista» y «ser libres» bajo el gobierno palestino que prohíbe protestar y «desviarse», y reprime la libertad de conciencia y de expresión, prefieren decididamente la primera opción, aunque en público prosigan despotricando contra ella.

Culpable incurable

Umm el-Fahem, cercana a Haifa, es la mayor ciudad musulmana de Israel. Su gobierno, elegido bajo el amparo de la democracia israelí, está en manos del partido mayoritario en la zona –el Movimiento Islámico. Podría esperarse que su líder y alcalde, Hashim Abd ar-Rahman, bregara por convertir a su ciudad en parte de un Estado islámico árabe. No es así: «a pesar de la discriminación y la injusticia que afrontan los ciudadanos árabes –admite ar-Rahman– la democracia y la justicia en Israel son mejores que la democracia y la justicia en países árabes e islámicos". Ningún medio de prensa europeo se hace eco de tamaña sinceridad.

Precisamente, cuando uno de los partidos gobernantes de Israel, «Israel Beteinu», del canciller Avigdor Lieberman, propuso que parte de los territorios de la Galilea fueran eventualmente transferidos a la autonomía palestina, hubo oposición por parte del partido nacionalista hebreo (reacio a ceder territorios) pero que resultó tenue en contraste con la vociferante oposición que hicieron oí los árabes palestinos. Se lanzó contra Lieberman una campaña propagandística que, curiosamente, lo tildaba de «racista».

El más conocido árabe del Parlamento israelí (Knéset), Ahmed Tibi, quien fuera otrora nada menos que Consejero de Arafat para Asuntos Israelíes, tildó a la sugerencia de traspasar territorios israelíes a la Autoridad Palestina de "peligrosa y antidemocrática".

La intranquilidad de los árabes llegó a tal punto, que el presidente de la Knéset, Rubén Rivlin visitó la ciudad de Umm el-Fahem (19-4-09) para calmar a la población, acaso asegurándoles que «no tenían de qué preocuparse, porque seguirán padeciendo la opresión sionista para siempre»…

Este síndrome, habitual entre los palestinos en general, es patente con los sectores más brutalmente oprimidos de sus sociedades. Así, trescientos palestinos homosexuales, se han refugiado en Israel, huyendo de la Autoridad Palestina que los castiga, oficialmente con la cárcel y extraoficialmente con la tortura policial.

Nabil Gheit, quien vitorea al «mártir Saddam Hussein», no se limita a admitir meramente que en su ciudad, Ras Khamis, cerca de Jerusalén, nadie quiere ser parte de la Autoridad Palestina. Se expresa de un modo aun más revelador: si se llegara a esa situación, «se rebelarán con una intifada para defenderse de la Autoridad Palestina».

Las encuestas (incluso la del diario árabe nazareno As-Sennara) son contundentes. Ante la pregunta a los palestinos de si prefieren ser ciudadanos de Israel o del futuro Estado palestino, sólo el 14 % se inclina por la segunda opción.

Cuando se menciona la posibilidad de transferir al eventual Estado palestino el «triángulo» (una zona poblada por 200.000 árabes en la Galilea israelí), casi el 80% de ellos responde que se opone categóricamente.

En suma, lo que la gente dice es irrelevante frente a la contundencia de sus actos. El régimen del camboyano Pol Pot, bajo el cual fueron muertos un millón y medio de camboyanos (la cuarta parte de la población del país), se propuso sádicamente que uno de sus oponentes, Hu Nim, confesara en el centro de torturas Tuol Sleng «no ser humano, sino un animal». Y lo logró.

Las ocasiones en que la podocracia palestina se expresa, lo hace a favor de permanecer bajo la ley israelí. Así fue tanto en 1996 como en 2005, cuando rechazaron votar en las elecciones de la Autoridad Palestina para no hacer peligrar estatus de residentes de Israel.

De este modo, el Estado hebreo termina siendo culpable cuando desea gobernar a los palestinos (por «la ocupación») y culpable cuando desea no gobernarlos (por «racista»).


GUSTAVO D. PEREDNIK


Junho 2009


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