ENVILECIMIENTO INTERNACIONAL

Tras la expulsión fulminante de Zelaya, el eje chavista trata de recuperarse del fuerte golpe sufrido, pasando a las amenazas explícitas. Éstas han venido de dos direcciones. La primera la de Zelaya, que ha llamado a los suyos a enfrentarse y ejercer la violencia en la calle contra las instituciones hondureñas. La segunda, la directa, brutal e intolerable soflama de Chávez, amenazando a Honduras con la invasión y un baño de sangre. Y en relación con ambos, la infiltración de activistas chavistas –venezolanos, nicaragüenses y cubanos– organizando manifestaciones, detectada por la policía hondureña.

Enfrente, conforme pasan los días, Honduras resiste. Las manifestaciones de apoyo a Zelaya son escandalosamente minoritarias, lo que ha supuesto otro duro revés para el tandem Zelaya-Chávez, ante la evidencia de que –al menos por ahora-–, derrocar la democracia desde dentro es imposible. El país muestra un apoyo casi unánime a sus instituciones constitucionales. Ejecutivo, Legislativo y Judicial han cerrado filas. Después de unos días de escalada dialéctica y exaltación nacional, sus instituciones buscan rebajar la tensión y volver a la normalidad; el ejército admite haber cometido errores, y Micheletti se muestra dispuesto a adelantar las elecciones para acabar cuanto antes con la crisis política.

Con ambas cosas –el reconocimiento por parte del ejército de que las cosas pudieron no hacerse bien, y la disposición a adelantar las elecciones–, Honduras busca congraciarse con la comunidad internacional y mostrar normalidad política. Pero ni la OEA, ni la UE ni Naciones Unidas –refugio de dictadores– lo han reconocido. Olvidan que aquí hay dos bandos con dos actitudes muy distintas y con dos comportamientos muy diferentes, pero ante la duda se han puesto del lado de Chávez. Éste puede perder la batalla de Honduras, pero en el gran juego de la diplomacia mundial, es él por ahora el vencedor.

Es legítimo discutir si el ejército actuó bien, mal o regular expulsando a Zelaya. El problema es que no es esa la cuestión principal que está aquí en juego. Lo más pavoroso es observar cómo la sensibilidad es selectiva: se mira con lupa la actuación de la democrática Honduras, se escruta el comportamiento de cada institución con una severidad absoluta, se juzga inadmisible la actuación de un ejercito que a fin de cuentas tiene el apoyo de las instituciones democráticas... y al mismo tiempo se pasan por alto los comportamientos delictivos de Zelaya, su llamada a la violencia, o la amenaza chavista de invasión militar, todo ello infinitamente más grave que la actuación del ejército. Se clama justicia por un hecho secundario y se olvida el hecho principal, el origen y el fin de todo este asunto, que es el intento de Chávez y Zelaya por acabar con la democracia de Honduras desde dentro.

Este comportamiento –fiscalizar a la democracia atacada, entorpecer su defensa haciendo el trabajo sucio al totalitario– nos remite a la Europa de los años treinta, y pone a la comunidad internacional ante una disyuntiva de enorme alcance moral, histórico y estratégico: resulta bochornoso comprobar cómo las instituciones internacionales quieren imponer al Parlamento y a la sociedad hondureña a un presidente que no sólo detestan, sino al que han denunciado por socavar la democracia. Y lo hacen además engordando al principal peligro para las libertades de toda Iberoamérica, poniéndose a su lado como si se tratase de un dirigente normal. Y esto, convertir al anormal régimen chavista en un régimen normal, y al normal régimen hondureño en anormal, supone y conduce a un envilecimiento de las instituciones internacionales.

Pero la comunidad internacional no sólo se envilece a sí misma. Hoy es un arma en manos del chavismo. Su estrategia pasa ahora por buscar este sábado la entrada de Zelaya en Honduras con un triple apoyo. Primero, el de personalidades izquierdistas (Rigoberta Menchú, que ya denunció la ilegalización de Batasuna –qué casualidad– y que ya está allí o Cristina Kirchner entre ellas) que le escolten para presionar a las autoridades hondureñas. Segundo, el de todos aquellos apoyos en la calle que Chávez y Zelaya puedan movilizar en Honduras o venidos de fuera, a través principalmente de la frontera con Nicaragua. Tercero, el apoyo de la comunidad internacional, legitimando la imposición y la rehabilitación de Zelaya contra las instituciones hondureñas.

Honduras resiste, ¿lo hará los próximos días? Todo parece indicar que sí, pero no es esa la cuestión. Chávez ha perdido esta batalla, pues los hondureños se muestran firmes. Pero no está descartada la sangre si sigue desestabilizando el país de la mano de Zelaya, no lo está la convulsión institucional si éste regresa a Tegucigalpa y no lo está su aislamiento diplomático si la comunidad internacional sigue trabajando para Chávez. En cualquier caso, hoy es él el que sale fortalecido, al quedar su estrategia de expansión por el continente legitimada por las instituciones internacionales y las democracias occidentales. Por parte de éstas no se nos ocurre mayor vileza.


GEES, Grupo de Estudios Estratégicos.

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