EL ENVITE


Dos manifestaciones coincidieron el sábado último en España. Una, en Bilbao, homenajeaba a Txeroki frente a la desproporcionada actuación de las fuerzas policiales hispano-francesas. Otra, en Madrid, homenajeaba a Hamas frente a la desproporcionada actuación de las fuerzas militares israelíes. Una idéntica certeza subyace a ambas: que cualquier forma de terror, no sólo es legítima, sino que además debe salir gratis; que defender la democracia es un crimen. Analizar en frío el envite de la partida abierta en Gaza, puede que no complazca a nadie. Hagámoslo. Israel devolvió Cisjordania y Gaza a la Autoridad Palestina en septiembre de 2005. Sin contrapartida. No fue fácil. Desde 1967, los asentamientos judíos en esas zonas ocupadas eran muy importantes; más que en lo material, en lo simbólico. El desalojo militar de los colonos fue, sin duda, la operación más amarga llevada jamás a cabo por el Tsahal, un ejército que, desde sus orígenes, fue forjado como estricto brazo armado del pueblo israelí. Si el Israel de Ariel Sharon asumió ese coste moral y político altísimo, fue en el marco de una hipótesis verosímil: la forja, junto a la OLP de Mahmud Abbas, de un tratado de paz que fijase las fronteras definitivas entre dos naciones, Israel y Palestina, que, más allá de rencores difícilmente curables, mantuvieran el sencillo equilibrio de los mutuos intereses materiales. Así fue entre Israel y Egipto tras el tratado de paz de septiembre de 1978. Aunque ello supusiera, tres años después, el asesinato de Anwar Al Sadat. El golpe de Estado de Hamas en Gaza, propiciado por Irán en junio de 2007, dio al traste con el proyecto. Tras una fulgurante matanza de milicianos del Fatah a manos islamistas (sin, por cierto, conmover en nada a los guapos chicos y chicas de la ceja), el Estado palestino quedó dividido en dos: en Cisjordania, la OLP prosiguió -aunque más en sordina- la hipótesis negociadora; en Gaza, Irán desplegó el proyecto de hacer de Hamas un segundo Hezbolah. La soberanía fronteriza egipcia fue violada por una tupida red de túneles clandestinos, a través de los cuales llegaban los suministros iraníes imprescindibles para bombardear el territorio israelí. Ocupar de nuevo Gaza va contra los intereses de Israel. Que son muy claros: restablecer en Palestina unas condiciones políticas que permitan retornar a la casilla de negociación que precede a la toma del poder por Hamas y al exterminio de la OLP en la franja. De la victoria o no en la zona pende, por supuesto, la seguridad de Israel. Penden, en idéntica medida, las de la Autoridad Palestina y Egipto. La primera, porque sólo la quiebra de los islamistas en su feudo posibilitará la toma del control de Mahmud Abbas sobre su territorio y la posibilidad de hacer de él una nación de pleno derecho. En cuanto a Egipto, el riesgo de contaminación islamista es demasiado alto para un país que ve crecer, día tras día, el peso de sus yihadistas «Hermanos Musulmanes». Y detrás está Irán. Y la certeza de que sólo la caída de la teocracia de los ayatolahs crearía las condiciones para unas fronteras estables en el Cercano Oriente.

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