Este es un libro-basura*, pero ocurre que en la basura se encuentren perlas. En Francia, puesto que de Francia se trata, hubo toda una serie de oficios relacionados con la basura: traperos, ferrailleurs y demás vivían –y algunos prosperaban– rebuscando y sacando de los basureros trastos, chismes y harapos. Me parece curioso, dicho sea de paso, constatar que todos esos oficios hayan desaparecido precisamente cuando el pensamiento único y ecológico denuncia nuestro despilfarro basurero, considerándolo peligroso para el medioambiente, y triunfa en nuestras sociedades el socialismo hipocondríaco.
Evidentemente, lo que pretenden nuestros autores (por sus apellidos, deben de pertenecer a dinastías comunistas) no es rehabilitar la basura, sino el comunismo. (Lo cual, a fin de cuentas, es lo mismo). Después de tantos, y peor que muchos, intentan cargar todas las culpas sobre el estalinismo, que sería como un tumor maligno en el cuerpo sano del comunismo. Intentan, pues, una operación de cirugía estética.
El tema del libro es, sin embargo, espeluznante: las "negociaciones secretas" y la colaboración abierta del PCF con las fuerzas de ocupación nazis en junio de 1940, apenas firmado el armisticio por el mariscal Pétain.
Situemos breve y concretamente el contexto histórico: a principios de septiembre de 1939 el Reino Unido y Francia declaran la guerra a Alemania porque ha invadido Polonia. Después de un "compás de espera", en pocas semanas las tropas alemanas triunfan y Francia se rinde, en junio de 1940. Pero, siendo éste un libro de justificación del comunismo y del PCF, recordemos asimismo la situación del movimiento comunista internacional por esas fechas: en agosto de 1939 se oficializa públicamente el pacto nazi-soviético, pocos días antes de la declaración de guerra.
Inmediatamente, todos los partidos comunistas sometidos a la Internacional cambian radicalmente de política, abandonan los "frentes populares antifascistas" y se lanzan a una gran compaña en favor de la "paz", del pacto, de la URSS, y en contra de las democracias burguesas, del capitalismo y de "los plutócratas judíos". Esa fue, muy resumida, la nueva línea de la Internacional comunista, y en ese contexto nada tiene de extraño que el PCF negociara con los nazis, aliados de la URSS.
Lo que no dicen nuestros autores es que, si el pacto nazi-soviético se hizo público en agosto de 1939, ya funcionaba secretamente desde 1937, primero en España, para favorecer la victoria de Franco, pero asimismo en toda Europa. Este libro, aun cuando finge criticar otras colaboraciones con los nazis del PCF, se centra en los esfuerzos que hicieron los comunistas para sacar su órgano oficial, L'Humanité, legalmente, con el beneplácito de los nazis. Efectivamente, a partir de 1939, con el apoyo entusiasta del PCF al pacto nazi-soviético pocos días antes de la declaración de guerra (2-IX-1939), los Gobiernos franceses, el de Daladier primero y luego el de Reynaud, habían prohibido no sólo toda la prensa comunista, sino el propio partido, así como las organizaciones afines, por colaboración con el enemigo. Desde la clandestinidad, se dedicaban al sabotaje de la defensa nacional y a la propaganda derrotista.
Esta obra, mal escrita, repleta de documentos y testimonios casi ilegibles, con abundancia de faltas de ortografía, contiene, para fingir "honestidad", alguna de las perlas a las que aludía al principio de este artículo. Por ejemplo, las notas que Maurice Tréard, dirigente comunista, había preparado para las primeras negociaciones con los nazis, con vistas a la salida legal de L'Humanité: "Somos comunistas, y hemos aplicado nuestra política bajo los Gobiernos de Daladier, Reynaud y el judío Mandel". Estas notas, como las demás de aquel periodo, dicen todas lo mismo: somos súbditos de la URSS, y puesto que la URSS es su mejor aliado (de los nazis), nosotros, en Francia, también lo somos.
En París, los nazis entendieron y aceptaron la oferta. El primero en hacerlo fue el embajador Otto Abetz. Uno de sus colaboradores, un tal profesor Grimm (?), escribió en un informe para Berlín: "Los comunistas se convierten en antisemitas y en antimarxistas, y les falta poco para convertirse en nacionalsocialistas".
Esto del antisemitismo del PCF lo justifican, puesto que contaba con militantes judíos (!), recurriendo al oportunismo. También afirman que Stalin jamás fue antisemita, y luego se sorprenden por su antisemitismo de "los últimos años de su vida". Siempre lo fue, aunque nunca abiertamente: a los judíos se les deportaba o asesinaba por ser hitlerotrotskistas, o agentes del imperialismo (alemán, británico o norteamericano), o, al final, sionistas.
Pese a su "antiestalinismo" declarado, los autores mantienen una flou artistique en cuanto a las responsabilidades de la colaboración entre nazis y comunistas en Francia. Pues son evidentes: Jacques Duclos era el máximo responsable del PCF después de que Maurice Thorez, André Marty y otros hubieran desertado y fueran conducidos a Moscú por los nazis. Todos los historiadores serios saben que Jacques Duclos fue siempre "el hombre de Moscú" en la dirección del PCF, y por lo tanto el máximo responsable de todas las negociaciones con los nazis; como fue después, a partir de junio de 1941, cuando Alemania invade, por sorpresa, la URSS, el responsable de la resistencia antinazi. Algunos verán contradicciones radicales en esta actitud. Pues no, en absoluto: siempre fue fiel a Moscú.
Removiendo con precaución las basuras de este libro, me doy cuenta de que quedan muchas cosas por contar, o criticar; no del libro en sí, sino de esa caótica y tremenda época. Daré sólo algún ejemplo: todas las negociaciones para la salida legal de L'Humanité fracasaron porque Berlin había decidido, para toda la Nueva Europa sometida a su control, que todos los partidos, sindicatos y asociaciones del "antiguo régimen" fueran prohibidos, por lo tanto también el PCF y su prensa. Pero nazis y comunistas lograron un compromiso: no saldría L'Humanité, pero saldría en su lugar La France au Travail, diario obrerista, anticapitalista, antisemita y antiliberal. Los autores afirman que fue un periódico redactado por los nazis; otros han escrito que fue un periódico comunista bajo control nazi. ¿No viene a ser lo mismo?
Lamento no tener espacio para comentar más episodios extravagantes de esa época, como, por ejemplo, el arresto de comunistas por la policía francesa, que seguía ejecutando las órdenes del Gobierno anterior sobre la prohibición de las organizaciones comunistas, a los que los nazis, en ese periodo de colaboración, liberaron masivamente. Todo ello, claro, cambió en junio de 1941, cuando los nazis atacaron la URSS y los comunistas, por arte de birlibirloque, se convirtieron desde siempre y para siempre en antinazis, cuando en realidad fueron, desde siempre y para siempre, súbditos del totalitarismo comunista, capital Moscú.
*JEAN-PIERRE BESSE Y CLAUDE PENNETIER: JUIN 40. LA NÉGOCIATION SECRÉTE. L'Atélier (París), 2006, 208 páginas.
CARLOS SEMPRUN
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