El Comité para el Ejercicio Inalienable de los Derechos del Pueblo Palestino, una de las estrambóticas agencias de la ONU dedicadas exclusivamente a demonizar al Estado judío, concluyó su convención el pasado 10 de junio en Indonesia. Además de los palestinos, no existe otro pueblo en el mundo para defender cuyos derechos la ONU haya creado comités especiales. Paralelamente, no existe otro Estado, salvo el judío, cuyo nacimiento sea lamentado anualmente por el organismo internacional.
En efecto, uno de los parámetros más elocuentes para detectar la presencia de judeofobia es la obsesión contra un solo país, cuyos logros son soslayados y defectos magnificados, un solo país, y nada más que uno, que es enseñado como una tragedia general.
El judeófobo es tan inconsciente de su odio, que no repara en que está hipnotizado contra Israel, con la virtual exclusión de cualquier violación de derechos humanos que no sea atribuible a la nación hebrea. Así erosiona precisamente la labor de la ONU, cuyos recursos podrían destinarse, aunque sea parcialmente, a proteger los pisoteados derechos de mujeres y hombres en el mundo árabe-musulmán.
Como era esperable, en Indonesia se ensalzó a organizaciones financiadas por la Unión Europea como Miftah e Ir-Amim, cuyo objeto es presentar a la sociedad israelí como un «apartheid» y exigir su boicot. Así lo hizo Sonja Karkar, la delegada australiana de Mujeres para Palestina.
En otro artículo señalamos la mentada obsesión como uno de los tres criterios (junto con la coprolalia y el maniqueísmo) que nos posibilitan reconocer la judeofobia ínsita en muchos reclamos, aun de los que se ufanan de ser meramente críticos de un aspecto de Israel.
Y en una nota aún anterior, titulada «Cleptohistoria y cleptograma», abordamos el modo en que la judeofobia, para negar al pueblo judío de su derecho a la autodefensa, lo despoja tanto de su historia como del léxico que ésta ha producido para caracterizarse.
Un incidente ocurrido en Barcelona el 13 marzo pasado podría haber servido de ejemplo simultáneo de casi todas estas facetas judeofóbicas. En esa fecha se presentó ante la Fiscalía del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña una querella criminal contra Pilar Rahola.
La lectura de la querella permite descubrir un curioso silogismo: 1) se define a Israel como «genocida», 2) se determina que quien disiente de esa definición «niega la gravedad de sus acciones», y 3) se pide prisión para quien defienda a Israel.
Finalmente, basándose en cuatro artículos de Pilar Rahola publicados durante enero pasado en el diario La Vanguardia, los querellantes concluyen que Pilar debe ir a la cárcel.
El atropello surrealista fue firmado por unos sesenta catalanes, cuyos cabecillas son los judeófobos Josep Mª Navarro Cantero (presidente de una organización llamada SODEPAU que condona el terrorismo árabe) y Quim Fornés Salillas (quien a pesar de formar parte de un grupo laico y plural se ensaña contra el único país laico y plural del Oriente Medio, y a pesar de ser portavoz del partido ecologista ICV ataca al país mesooriental que ha transformado al desierto en un jardín).
Que la Justicia desechara expeditamente el ardid judeofóbico, y así la valiente Pilar pudo desechar este nuevo acoso a su persona) no lo hace menos interesante para el análisis (me sentí tentado de incluirlo en la bibliografía de mi último curso sobre judeofobia, impartido justamente en la Universidad de Barcelona).
La demanda del presidente de SODEPAU es, ante todo, negacionista del Holocausto. Aunque no esgrime que los judíos no fueran asesinados, banaliza dicho genocidio hasta su irrelevancia. Los querellantes aducen un «extraordinario paralelismo» entre el exterminio sistemático y premeditado de seis millones de judíos por un lado y, por el otro, los centenares de palestinos muertos durante la última de las guerras que lanzaron contra Israel.
El paso siguiente del libelo es embriagarse en el lodo de sus propios argumentos. El bochornoso «paralelo» pasa a resultar insuficiente: «no sólo hay paralelismo, sino que la actuación de Israel es idéntica a la del Tercer Reich» (sic) y, en un tercer nivel el odio termina por desbordarlos cuando concluyen que, de las dos, la primera es aun más grave.
La aplicación de los tres criterios mencionados es eficaz para detectar la judeofobia de la banda de Navarro Cantero: su obsesión contra el judío de los países (el único cuyas acciones en guerra son monitoreadas con lupa), su coprolalia (hay un solo Estado cuyas acciones son recurrentemente tildadas de «nazis» y «apartheid»), y su maniqueísmo (los palestinos nunca agreden y jamás cometen excesos –siempre son las inmaculadas víctimas del diabólico impulso de Israel).
Adicionalmente, se deduce de la frustrada demanda judicial el cleptograma, ya que intentan que «negacionista» no sea quien niegue el Holocausto, sino quien defienda al país de las víctimas del mismo. No se ofuscan contra neonazis como David Irving, sino contra demócratas como Pilar Rahola.
Finalmente, Navarro Cantero hace gala de cleptohistoria cuando alude a «las historias milenarias de los pueblos judío y palestino». Obviamente, no podría proveer un solo ejemplo de la supuesta «historia milenaria» de los palestinos, y ésta es la raíz de su mentira.
Nunca hubo un Estado palestino árabe, y hasta 1920 los únicos palestinos eran los hebreos. Si Cantero quisiera enterarse, podría consultar en Internet la enciclopedia judaica de 1906, en la que los «arqueólogos palestinos, rabinos palestinos y profesores palestinos», son todos judíos de la Tierra de Israel. Hasta 1920, sólo a los hebreos se aplicaba el gentilicio: Fondo Nacional Palestino, Orquesta Filarmónica Palestina, diario Palestine Post –todos judíos. La brigada israelita que combatió a los franquistas se denominaba Brigada Palestina. No hablaban árabe sino hebreo. Como la que combatió en el ejército británico durante la Segunda Guerra, bajo el nombre de Brigada Palestina de Voluntarios Judíos. Pero Cantero no quiere enterarse sino denigrar.
Prefiere ignorar que no hablaban de «palestinos» ni siquiera las dos más importantes decisiones de la ONU sobre el asunto. Una (la 181, del 29 de noviembre de 1947) recomienda dividir el territorio en dos Estados, y otra (la 242, del 22 de noviembre de 1967) pide de Israel que se retire de territorios. La primera habla de «árabes» y la segunda de «refugiados» –no de palestinos. Curiosamente, antes de la Guerra de los Seis Días (1967) no hubo entre los árabes un movimiento serio para crear una patria palestina.
Los árabes no se autodefinían como palestinos porque no aspiraban a la independencia de esta tierra, que nunca había sido independiente salvo bajo gobierno hebreo. Sólo durante la segunda mitad del siglo XX la voz palestinos sufrió su enorme metamorfosis semántica. Una que no les quita derechos a un Estado propio, pero tampoco les da exclusividad de derechos históricos como pretenden.
En una especie de final feliz para la agresión contra Pilar Rahola, el pasado 26 de junio esta admirable mujer recibió una distinción del Presidente de la Universidad de Tel Aviv, ante una audiencia de unas mil quinientas personas que incluía al embajador de España en Israel.
Lamentablemente, éste, lejos de sumarse al júbilo por el merecido premio, optó por reprocharle a Pilar Rahola que «hable mal de su país en el exterior». Llama la atención en un diplomático que confunda políticas partidistas con «su país». Pilar denuncia la hipocresía de la judeofobia de ciertos españoles, muchos de ellos funcionarios gubernamentales. Esa denuncia, precisamente, es un timbre de honor para España.
GUSTAVO D. PEREDNIK
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