EL CÍRCULO CUADRADO

En una secuencia de Casablanca, que todo aficionado al cine recuerda, el capitán Renaud procede a cerrar, con manifiesta desgana, el garito del colega Rick. A la demanda del por qué, Renaud responde, en digno tono ofendido: «¡Estoy escandalizado! Acabo de enterarme de que en este local se juega». Es el preciso instante en el cual un camarero se le acerca cortésmente: «Sus ganancias en la ruleta, señor». «Muchas gracias». Renaud se embolsa el fajo y sigue con el desalojo.


Occidente anda estos días escandalizado. Acaba de enterarse de que las elecciones en Irán no fueron democráticas. ¿Y cuándo ha hablado Irán de democracia? Seamos serios. Desde que los ayatolás, bajo guía espiritual de Jomeini, derrocaron al Shah, Irán se constituyó en régimen coránico. Lo cual excluye la legitimidad, no ya de la democracia, sino del Estado nacional. Ambos, Estado-nación y democracia, son invenciones paganas, que no puede un musulmán sino juzgar heréticas. Sólo en la umma, comunidad de los creyentes, se identifica el pueblo fiel al Dios. Si los gobiernos locales de los países árabes -y, muy en especial, el de la Arabia Saudí, tierra sagrada del Profeta- son para Irán demoníacos, es por esa abominación que los contamina: una estructura política ajena a lo que el Corán dicta. Y si la República Islámica de Irán ha preservado su prestigio de ciudadela del islamismo en guerra final contra los incrédulos, ha sido precisamente por su rigor al alzar la más imponente teocracia hoy viva.


No gobierna Ahmadineyad; no gobierna el Consejo de Guardianes, que supervisa la ortodoxia coránica de cada decisión del gobierno; ni gobierna el Líder religioso Supremo y jefe máximo del ejército -ayer el ayatolá Jomeini, hoy el ayatolá Jamenei-, el cual nombra al Consejo de Guardianes, pero también a los jueces. Gobierna Alá. Sólo. Los otros son nada más vicarios suyos. Especular acerca de sutiles grados de democracia en un régimen que se define a sí mismo como teocrático, es un modo muy poco inteligente de perder el tiempo. «Teocracia democrática» es un oxímoron: un «círculo cuadrado».


No hace falta recordar que «elecciones» no es igual a «democracia». Cualquiera de mi edad sabe si había publicitadas elecciones en el franquismo. O en los despotismos del Este. Democracia es una tupida red de garantías, que reposa sobre dos pilares: la autonomía de poderes contrapuestos, uno; el otro, la universal convención jurídica que hace iguales ante la ley a todos los ciudadanos, sin distinción alguna. Ambos son imposibles en la literalidad islámica. El primero, porque, por encima de cualquier ley o norma humana, está la ley universal que Alá dictó en el Libro; y que abarca, sin exclusión, todos los instantes en la vida del creyente; dividir los poderes sería, así, violar el dictado divino, del cual no hay poder que pueda emanciparse. El segundo pilar, la universal igualdad ante la ley, es aún más impensable. Es muy claro el Corán sobre quién -y quién no- sea sujeto estricto de derecho. Y en qué medida. Y, aun en la privilegiada comunidad de los creyentes, las líneas de demarcación están blindadas. La mitad de la población musulmana, la femenina, está formada por sujetos jurídicamente inferiores, cuya tutela encomienda el Libro a sus varones. Corán, IV, 34: «Los hombres poseen autoridad sobre las mujeres, en virtud de la preferencia que Dios les ha concedido sobre ellas... Amonestad a aquellas cuya infidelidad sospechéis; encerradlas en habitación aparte y golpeadlas».


No hay círculo cuadrado. No hay Islam democrático. Hay Irán. Y, dentro de muy poco, Irán atómico. Y entonces sí que vamos a enterarnos.



GABRIEL ALBIAC


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