RETRATO CRÍTICO DE MARIO BENEDETTI

Estuvo entre los pocos intelectuales que defendieron a Fidel Castro cuando apresó al poeta Heberto Padilla, y restó importancia a los fusilamientos ordenados por el dictador cubano en el 2003.

Hablo, por supuesto, y aunque rompa muchos corazones ingenuos, de Mario Orlando Hamlet Hardy Brenno Benedetti Farugia, más conocido por su primer nombre y su primer apellido; caballero de sonrisa bonachona e ideas totalitarias pero sobre todo un mal, muy mal poeta.

"Benedetti es un escritor para consumo de la superficialidad y los aficionados a los lugares comunes", ha dicho de manera tajante el colombiano Eduardo Escobar, un juicio que sólo puedo compartir y que de hecho comparten prestigiosos críticos y académicos del mundo entero.

Y es que si hubo grandes escritores latinoamericanos que defendieron posturas políticas igual de abyectas, como el argentino Julio Cortázar o el también uruguayo Juan Carlos Onetti, éstos fueron creadores de una obra literaria única e innovadora que supera ampliamente los deslices que cometieron en el campo ideológico. No puede decirse lo mismo de Benedetti.


Alberto Chimal lo encuentra "sospechoso de excesiva complacencia, de sentimentalismo, de simplismo":

Y fue culpable con una frecuencia alarmante. Peor aún, su obra poética, que se fue recogiendo en ediciones sucesivas llamadas siempre Inventario, deja ver cada vez menos poesía a medida que pasan los años y cada vez más fórmulas, más lugares comunes, más prédicas a admiradores ya convencidos.

El padre espiritual de sus poemas pudo haber sido, por ejemplo, Bertold Brecht, pero tiene entre sus hijos a Ricardo Arjona y otros todavía peores.


Aún más contundente es Alber Vázquez, quien califica su poesía de "pedante, odiosa, pueril, cargante, malograda, cansina y aburrevacas". "Benedetti es un poeta de medio pelo al que una legión de indolentes con poca o nula experiencia lectora ha encumbrado más allá de todo lo razonable", añade; y remacha definiéndolo como, "probablemente, el peor poeta del mundo". Por su parte, el boliviano Pablo Javier Deheza lo retrata, de manera sintética y sabia, como "un poeta menor y un peor ideólogo".

En un comentario burlón del libro de Benedetti Canciones del que no canta (que titula, justamente, "Pues menos mal que no canta"), el español Javier Beades da en el clavo al explicar por qué aquél captaba tantos seguidores:

Hay una época en que [Benedetti] puede animar a escribir a un joven bachiller. Quizá una teoría que lo explica es la siguiente: como el proto-poeta adolescente suele aún tener muchos fallos técnicos, vacilaciones en sus temas y bandazos estilísticos, el poeta con estas características –que sin embargo es famoso– le hace sentirse acompañado y equiparado. Esta, esta poesía sí que la entiendo, podría ser el lema. Aunque por dentro lo que resuena es, pues si esto es poesía... ¡lo que yo hago también!


Sin ánimo de agredir el sentido estético de los lectores, veamos sólo una pequeña muestra de poesía benedettiana:


Los años pasan y pasan
la vida se pone vieja
tengo surcos en la frente
y una verruga en la oreja.


No menos tajante es el igualmente ibérico José García Domínguez, quien desde las páginas de Libertad Digital define a Mario Benedetti como el poeta más popular y también el menos importante del canon hispanoamericano contemporáneo. Siempre edulcorado con el almíbar empalagoso de la coartada política, agazapado siempre tras la beatitud inquisitorial del famoso compromiso.

Continúa diciendo: "A Benedetti le aguarda el mismo destino literario que al célebre cadáver de Anatole France: llorado en el momento de su traspaso por un cortejo fúnebre kilométrico, al día siguiente ya nadie lo recordaba, salvo los surrealistas que se ensañarían con sus despojos en memorable panfleto". Y termina aseverando que con Benedetti ha muerto "el último velo lírico del estalinismo tropical":

Sobre todo y por encima de todo, fue un poeta prescindible. (...) Que el olvido le sea propicio.


La carrera literaria de Mario Benedetti fue, durante años, una minuciosa colección de fracasos. En 1945 su primer libro, el poemario La víspera indeleble, no vendió un solo ejemplar. Tres años después, su segunda obra corrió la misma suerte. Benedetti pidió un préstamo tras otro para pagar las ediciones de su tercer, cuarto, quinto, sexto y séptimo libros, entre 1949 y 1953; volvió a fracasar ostensiblemente. Recién en 1956, con Poemas de la oficina, consiguió vender la modesta suma de 500 ejemplares.

Hasta que algo pasó en 1959. La revolución cubana. De esos primeros tiempos revolucionarios datan el volumen de cuentos Montevideanos (1959) y la novela La tregua (1960).

Pero lo cierto es que la revolución cubana proveyó algo más que simple inspiración. A partir del alineamiento público de B

enedetti con la ortodoxia marxista-leninista, y sobre todo desde 1967, cuando pasó a desempeñarse como funcionario del gobierno cubano en el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas, del que fue director, el aparato cultural-propagandístico de la isla lo catapultó a toda América Latina, retribuyendo así su adhesión sin condiciones al nuevo sistema dictatorial.


Fidel Castro necesitaba intelectuales que lavaran la cara a su gobierno en los medios internacionales, y Benedetti fue uno de los que mejor cumplió esa labor. En 1968, por ejemplo, ante el alejamiento de la revolución de Guillermo Cabrera Infante, que optó por el camino del exilio, no dud

ó en descalificarlo diciendo que era "un gusano, y no precisamente de seda".

Otro tanto hizo en 1971, cuando el régimen castrista encarceló al poeta Heberto Padilla tras acusarlo de contrarrevolucionario, para después obligarlo a firmar una carta de arrepentimiento. Un grupo de 61 intelectuales, entre los que se contaban Jean-Paul Sartre, Alberto Moravia, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, firmó una solicitada descreyendo de tal carta y denunciando a Castro por usar métodos de represión estalinistas. Benedetti, en cambio, publicó un artículo en defensa del régimen en el que afirmaba que entre la revolución y la literatura había que escoger la primera.

Por la misma época, Benedetti se dedicó a fustigar la democracia uruguaya, abonando el terreno para quienes buscaban derribarla a tiros: los tupamaros. "Se fue generando un clima favorable a la guerrilla, y en esa tarea Benedetti tuvo una influencia importante", explica el analista Hebert Gatto, estudioso de la ideología tupamara. Como parte de esa campaña, publicó en 1971 la novela El cumpleaños de Juan Ángel, un alegato en favor de la lucha armada. Pero el compromiso de Benedetti no se restringió a la propaganda, sino que en 1971 asumió un rol más activo desde la dirección del Movimiento 26 de Marzo, el brazo político de los tupamaros, ejerciendo tareas clandestinas que incluyeron el alojamiento, en su departamento, de Raúl Sendic, cabecilla de la banda terrorista.

A lo largo de sus años de actuación, los tupamaros demostraron una notable voracidad financiera. En sólo una semana atracaron nueve bancos, aunque el botín más sustancioso lo obtuvieron al robar dos casinos y la General Motors. No se sabe con exactitud cuántos miembros activos llegó a tener el MLN, pero las fuentes históricas manejan cifras que oscilan entre los 6.000 y los 10.000 combatientes, que fueron derrotados por el Ejército en 1972, perdiendo lo que ellos llamaban la "guerra revolucionaria".

El proceso de quiebre institucional iniciado por los tupamaros una década atrás concluyó en 1973, aunque no de la forma esperada por ellos: con una revolución armada que culminara en el asalto al poder, ni con un golpe militar de izquierda, a la manera de Alvarado y Torres, como pretendía el Partido Comunista desde febrero de ese año. En vez de eso, el presidente Bordaberry disolvió el Parlamento e instauró un Consejo de Estado, cogobernando con las FFAA.

Entonces Benedetti partió al exilio. Entre 1976 y 1980 recaló en Cuba, pero luego prefirió, como muchos otros de sus camaradas, probar las mieles del capitalismo europeo.

En 1984, como columnista de El País de Madrid, Benedetti polemizó en defensa del gobierno de Castro con los escritores españoles Juan Goytisolo y José Ángel Valente, que lo acusaron de mentir descaradamente. Otra polémica famosa fue la que sostuvo sobre el mismo tema con Mario Vargas Llosa, quien dijo: "Para Benedetti, que un gobierno exilie, encarcele o mate a sus adversarios es menos grave si lo hace en nombre del socialismo".

En el 2003, un grupo numeroso de opositores a Castro fue condenado a penas de 25 años de cárcel y varias personas que habían intentado escapar de Cuba fueron ejecutadas. En ese momento, hasta un comunista de toda la vida como José Saramago sentó su protesta. Pero Benedetti se limitó a decir en una entrevista:


Tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras por cinco ejecuciones (...) Por cinco que mataron en Cuba hay tanto escándalo.


Mantuvo la postura intolerante hasta en sus últimos años. Cuenta su secretario personal, Ariel Silva: "Si una revista se imprimía en Miami, entonces no le daba la entrevista". A un ex compañero de militancia que quiso hablar con él para explicarle por qué ya no adhería a la izquierda, se negó a recibirlo y le tachó de "traidor". Y hasta llegó a decir que la historia política del Uruguay previa al gobierno del Frente Amplio era de "174 años de gobiernos de derecha". Un completo disparate, en el país que conoció la legislación social de avanzada de José Batlle y Ordoñez, la sustitución de importaciones de Luis Batlle y la experiencia desarrollista del segundo gobierno blanco.

Hoy en día, el partido que él fundara, el Movimiento 26 de Marzo, es miembro del Congreso Bolivariano de los Pueblos, organización digitada por Venezuela, estrechamente vinculada al Foro de Sao Paulo y al ALBA e integrada por el Movimiento Al Socialismo de Evo Morales, el MLN y todos los partidos comunistas latinoamericanos.

Benedetti recibió la última distinción de su vida de manos del cuasi dictador venezolano Hugo Chávez, quien le otorgó la Condecoración Francisco de Miranda.

Si ha leído hasta aquí, dudo de que todavía le queden ganas de llorarlo.



EMILIO MARTÍNEZ CARDONA

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